En México, la celebración del “Día de Muertos” es una gran tradición que tiene un origen prehispánico, pero con una carga fuerte de sincretismo con la evangelización cristiana de los primeros misioneros.
El significado de la muerte para las culturas prehispánicas era completar un ciclo vital que conducía a las personas a cruzar un umbral hacia otra realidad más allá. Por eso, la exposición de los cráneos de las personas muertas era un hecho común en rituales como referencia del ciclo que termina y del que inicia.
Con la llegada de los misioneros españoles y en coincidencia con la celebración cristiana de todos los difuntos, se fueron añadiendo nuevos matices que llevaron al reemplazo de los cráneos humanos por calaveras artesanales y comestibles para ser colocados en los altares donde se rendía homenaje a los difuntos. De aquí, surgieron las calaveras de azúcar, o comúnmente llamadas “calaveritas” de azúcar.
Originalmente, las calaveritas de azúcar se elaboran en moldes con la técnica denominada “alfeñique”, que consiste en una mezcla de azúcar, claras de huevo, limón y una planta llamada “chaucle”.
Sin embargo, el azúcar de origen europeo no es el único ingrediente principal para elaborar las calaveritas. También existen otros ingredientes más mexicanos que dan un realce a la elaboración de las calaveritas. Estamos hablando del amaranto y el chocolate.
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